va pasando el tiempo, y los cimientos que un día empezaron fuertes y robustos se van afianzando. Caminando por un camino que como en la vida nunca es certero, pero que con los sentidos se llena de vigor y vitalidad impulsando a hacer nuevos cambios en la vida, en la vida de uno mismo, dando ganas de crecer, de compartir, y de aprender cogidos de la mano.
Lo voy viendo, conforme doy cada paso. Son pequeños, a veces largos, otras veces fuimos hacia atrás, pero mi sensación es la de avanzar hacia algo realmente bonito.
Y bien si no sabéis que son las arenas del tiempo, o mejor dicho que representan para mi os lo explicaré.
Las arenas del tiempo son un lugar donde el tiempo no pasa, donde todo parece eterno y los cambios son lentos y progresivos. Así lo pienso yo, y creo un santuario rodeado de arenas del tiempo, donde ese templo que tanto venero, cuido y añoro está en todos lados, está en la ciudad del viento, porque tan solo me hace falta una duende que como su signo indica es el viento...
Santuario, aquel lugar donde no residen los problemas, donde esos problemas se disuelven como el azucar en leche. Donde cuando surgen, se van disolviendo para irlos absorviendo, algunos terrenos son mas gordos, otros pura arenisca pero al final todos se acaban diluyendo en la dulce leche que nos tomamos antes de acostarnos.
A pesar del santuario en las arenas del tiempo, también es importante ser consciente de nosotros mismos, y de los que nos rodean. De que podemos ser solo uno unidos, pero que también somos uno, para nosotros mismos y así poder compartir, dar y recibir hacia otras personas para no olvidar que somos únicos, que igual que volvimos podemos irnos, y aunque no nos vayamos así, mucho más lo disfrutamos nosotros y los nuestros.
desde el bosque escribo, cerrando los ojos,
pues ahí reside mi corazón
que ahora está guardado en un baul de cuero
entre tonalidades verdes y marrones
